El primer macro viaje de La Picadura del Escorpión, día 2: Le Mans – Nurburgo

8 de Septiembre de 2010.


Tras el desastre de navegación del día anterior, consiguiendo perdernos durante dos horas en el centro de Le Mans, amanecíamos en el tétrico hotel de Le Mans que habíamos cogido. Ante el aspecto de las paredes, camas, baños… decidíamos que lo mejor que podíamos hacer era saltarnos el desayuno “continental” que nos ofrecían, y ponernos en marcha a las 11 y media de la mañana.


¿El objetivo? Ir desde Le Mans hasta Nurburgo de una sentada, cruzando por París y pasando por Luxemburgo. En total, según Google Maps, teníamos que afrontar 702 kilómetros para los que se nos marcaba una duración de viaje sobre las siete horas.


Esto nos tenía que colocar en Nurburgo sobre las 6 y media de la tarde, pero había que tener en cuenta las paradas de desayunar, comer, echar gasolina, etc… Nos conformábamos con llegar antes de que se hiciera completamente de noche, pero eso sucedía sobre las 7 de la tarde, así que parecía complicado.


El primer tramo de la ruta comenzaba sin demasiadas complicaciones. Ya era de día así que cuando salíamos, mientras atravesábamos Le Mans recordábamos la odisea de la noche anterior, reconociendo los lugares donde nos habíamos perdido, y viendo lo cerca que habíamos estado constantemente del hotel. Cosas de Internet y Google Maps…

Entre peaje y peaje (un dineral gastado que no te imaginas…) nos encontrábamos un simpático 2CV de primera serie siendo trasladado… Seguro que no iba a correr al Nurburgring.


Las ganas de desayunar ya nos podían sobre las 12, así que no quedaba otra que parar en una gasolinera a rellenar el depósito de combustible y ver si podíamos todavía echar un café con croisant y un zumito de naranja.


Aterrizados en el bar de la gasolinera, y como es norma en los países europeos menos en el nuestro, la gente ya andaba almorzando o comiendo, como quieras llamarlo. Y bueno, tras ver un apetitoso pollo asado, no podíamos resistirnos y acabábamos metiéndonos entre pecho y espalda una comida completa… Como puedes ver en el primer vídeo que hay más abajo.


Con la tripa llena seguíamos adelante hasta llegar a París sin más problema que ir siguiendo la carretera (en Francia parece que todas las carreteras van a París… porque carteles de ello hay por todas partes).


El problema es que llegados a las cercanías de París no hay un solo cartel que indique por dónde salir hacia Luxemburgo, algo por otra parte totalmente lógico. Y como no podía ser de otra manera, nos pasábamos las salidas mientras Sergio luchaba con el mapa para tratar de encontrar la carretera adecuada, hasta meternos casi en el centro de París.

Por suerte, antes de que fuera demasiado tarde rectificábamos, y para las tres de la tarde ya habíamos conseguido salir de la gran ciudad francesa habiendo perdido solamente una media hora sobre el horario previsto.


En una de las paradas en una gasolinera Sergio decidía darle (sin querer) más emoción al tema, y entraba en el baño de las mujeres (el asegura que por confusión) recibiendo insultos por parte de varias francesas que lo observaban atónitas… Y el no se enteraba de nada. Al salir, además, decidía comprar un muñequito de “los caballeros del zodiaco”, dejándome anonadado con su manera de “tirar un euro en cosas idiotas de niños”, pero podía ser mejor: ¡Se sabía la canción de los caballeros del zodiaco en francés! ¡y la cantaba! Pegasus, el muñequito que había adquirido, ya sería nuestra mascota el resto del viaje…


Seguíamos pues camino a Luxemburgo y la carretera poco a poco se iba volviendo mucho más atractiva, con más montañas, con más nubes, con curvas y desniveles… En esos momentos recapacitábamos sobre el paso por Luxemburgo, y nos dábamos cuenta que Sergi se había dejado el pasaporte en Barcelona (en su defensa diré que él mismo había dicho de ir a buscarlo, pero saliendo desde Logroño, era un desvío de casi mil kilómetros de la ruta prevista).

Y claro, si no llevas el pasaporte, lo más probable es que tengas la mala suerte de que te paren en la frontera… Como nos pasó. Pero bueno, la cosa fue un mal menor, pues tras una interesante charla con 6 grados sobre cero en manga de camiseta bajado del coche, en inglés con el policía luxemburgués, nos miraba un poco lo que llevábamos en el maletero, y nos preguntaba a qué íbamos nosotros a un pueblo llamado Nurburgo… ¿Será posible que el policía de aduanas de Luxemburgo no conociera el mejor circuito del mundo? Pues sí.


Sea como fuere, entrábamos en el pequeño estado que toca con Francia y Alemania al mismo tiempo. Sólo había que pasar unos pocos kilómetros de autovía, cruzando unos parajes impresionantes, con enormes viaductos de alturas increíbles (los que tengan miedo a las alturas, mejor que no miren abajo) y túneles constantes uno tras otro.


Aprovechando que cruzábamos Luxemburgo, decidíamos hacer una dedicatoria muy especial a alguien que nos acompañó durante todo el viaje, pero que no estuvo sentado en el coche: DJ Tango, un genio de la música que con sus sesiones de la radio Loca FM (una buena recomendación para todos los días entre las 12 y las 2 de la tarde…) nos amenizó todo el viaje. Aquí tienes la dedicatoria, que curiosamente llegaría a aparecer en la portada de Loca FM, y a salir en el programa de la radio:

En los próximos viajes de La Picadura intentaremos hablar con Tango por telefono y dedicarle otros vídeos, ya lo veréis 😉

Justo antes de la frontera alemana nos deteníamos en una gasolinera, con la agradable sorpresa de poder repostar gasolina de 98 octanos a un precio increíble: 1,16€ el litro. Dentro de la tienda de la gasolinera se apelotonaban camioneros internacionales y muchísimos alemanes que cruzan la frontera por el ahorro en tabaco, gasolina y otras muchas cosas.

Ya que estábamos allí parados nos decidíamos a comer la merienda (eran ya las 6 y pico de la tarde). Y como no podía ser de otra manera… merendábamos una pizza artesanal, buenísima, eso sí. Tras un intento de charla con un camionero alemán que nos hablaba en italiano porque no sabía inglés (lo que lees… nosotros tampoco le entendíamos gran cosa…) retomabamos la marcha para entrar en Alemania.

Y qué país. Bien es cierto que ya entrábamos de noche prácticamente, con un poco de niebla y poca visibilidad relativa, pero eso de entrar en una Autobahn es una maravilla. Poder correr sin ser un delincuente… ¡qué paraiso!


Por más que diga la leyenda urbana que allí las carreteras son mucho mejores… no te lo creas demasiado. Son de dos carriles, como en España, aunque el asfalto, a pesar de tener sus baches y un asfalto que no está en perfecto estado, sí que es claramente más drenante, y no hay agujeros diseminados, ni feas sorpresas, o juntas de dilatación en los puentes defectuosas.


La gente corre, y corre mucho, pero también respeta mucho, y mira por los retrovisores antes de adelantar, usa los intermitentes, y no va todo el día por el carril izquierdo. Además, es difícil encontrarse un Renault 21 humeando aceite e intentando ir “a todo lo que da”, lo que te da otra pista de por qué ellos tienen menos muertes en accidente de carretera por habitante. ¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que si bien las carreteras españolas tienen tramos perfectamente aptos para ser regulados sin límite de velocidad… la cultura popular, el estilo de conducción, y las máquinas que empleamos hacen que, por miedo a un porcentaje importante de conductores, esto no sea ni aplicable ni recomendable en España. Y es que la única solución para esto sería hacer excepciones en función del coche y del conductor, para dirimir quién puede y quien no puede correr, y eso se consideraría fascista, amén de ser mucho más difícil de controlar.


Seguíamos el viaje por Alemania adelante sin demasiados contratiempos, y sin equivocarnos de cruce, lo cual es todo un récord. Mi navegante, Sergio, ya sabía leer hasta los números de salida y los números de las carreteras en el mapa, con lo que era mucho más fácil encontrarse.

El último tramo del viaje era el mejor, al meternos ya entre las montañas de Eifel, para llegar a Nurburgo, cruzando una carretera comarcal llena de curvas, y con un trazado sinuoso y delicioso. Las casas que bordean esta carretera son además preciosas, como sacadas de un cuento o de una película (de miedo, porque con la niebla y la lluvia…)

El único problema llegaba cuando aparecíamos en Nurburgo. Tras pasar por la entrada del circuito, empezábamos a girar cruces en una inmensa niebla, la más densa que he visto en mi vida, con una visibilidad de unos 10 metros a lo sumo, y ya en plena noche.


El hotel al que íbamos era el Am Tiergarten, el de la familia de Sabien Schmitz. Tras unos cuarenta minutos sin terminar de atinar (y pasando dos veces al lado de la entrada a la callejuela que lleva al hotel) terminábamos dando con un plano del pueblo. Sergio decidía que paráramos, y allí descubríamos que estábamos como a 25 metros del hotel.


Y es que las explicaciones que daba la web no eran malas, pero con semejante niebla frases como “al fondo verás el castillo” “gira a la derecha cuando veas la iglesia” son de nula validez… No se veía nada. Pero ya habíamos llegado.


Efectivamente estaba allí. Una sonrisa, una sensación de felicidad y nerviosismo ya recorría mi espina dorsal: Nurburgo, Nurburgring, el Nordschleife, el hotel Tiergarten… Iba a cenar en el famoso Pistenklause.

El viaje había sido duro, pero no incómodo ni excesivamente cansado. El coche se había ido ya hasta una media de consumo de 9,8 litros… Y es que el poder correr “todo lo que quieras” en la Autobahn se nota… y mucho. En todo caso, buena media de consumo para la media de velocidad obtenida, y pocos dolores de cuerpo. La única queja en viajes largos con este coche era la de no contar con una sexta velocidad para no escuchar tanto el ruido mecánico del motor.


Desempaquetábamos descubriendo una acogedora habitación desde la cual al día siguiente descubriríamos que se veía la curva Tiergarten del Nordschleife, y salíamos al frío alemán para andar escasos metros y meternos directamente en el restaurante, y conocer a una muy agradable camarera.


Esta nos atendía con una hora de retraso, pero se lo perdonábamos porque teníamos a nuestro lado a apasionados del motor, y muy especialmente a un grupo de ingenieros de desarrollo de Nissan que estaban cenando después de una dura jornada de trabajo con el GT-R en el Nordschleife (¡envidia que me dan!).


Nos tomábamos pasta de nuevo, y nos traían comida para un regimiento. Con la merienda todavía en el gaznate no había quien terminara con todo lo que nos ponían en la mesa, así que al final acabábamos dejando un poco.


La atmósfera de carreras, el ver fotos de coches de carreras por todas partes, retratos de pilotos firmadas por sus propios retratados… en fin, es una experiencia única que cualquier amante de los coches ha de vivir al menos una vez en su vida (aunque una vez que la pruebe no podrá hacer otra cosa que reunir dinero para regresar…).
Tras un cubata para cada uno, y unas risas con la camarera, dábamos un paseo por las callejuelas cercanas al circuito, y acabábamos yéndonos a dormir al hotel, muertos de cansancio, y con el nerviosismo de saber que al día siguiente tocaba lo más importante de todo el viaje: Girar en el Nordschleife con Turbotín.
¡Pero eso te lo contaremos en unos días!

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